Susto de muerte
¡Joder, menudo susto me llevé anoche!
Apuesto a que nunca os habéis despertado en mitad de la noche y os habéis encontrado, acostado a vuestro lado en la cama, un cadáver. Pues eso es lo que me ha pasado a mí ayer. Así, como os lo cuento. Qué mal rato he pasado, madre del amor hermoso.
Apuesto a que nunca os habéis despertado en mitad de la noche y os habéis encontrado, acostado a vuestro lado en la cama, un cadáver. Pues eso es lo que me ha pasado a mí ayer. Así, como os lo cuento. Qué mal rato he pasado, madre del amor hermoso.
La escena ha sido la siguiente:
Sobre las 00.01h de la madrugada del 3 al 4 de octubre del año 2010 ha empezado a oler mal en mi cuarto. Yo estaba dormido como un bendito, pero como soy un tipo muy sensible, lo noté. En total: que el hedor me despierta, claro. Abro entonces los ojos, como haría cualquier ser humano o no humano cuando se despierta. Sin embargo, la oscuridad resulta impenetrable para mis 7 dioptrías, ante lo cual decido quitarme la única prenda que llevo encima: un antifaz rosa cuyo contraste con el tono bronceado de mi cutis resalta mi atractivo hasta hacerme (casi) irresistible. A pesar de que mi desnudez es ahora total, enciendo la luz sin sentir ningún apuro o pudor puesto que sé que nadie hay en la estancia que pueda tratar de aprovecharse del repentino torrente de claridad para admirar mi musculatura y/o mi miembro viril (no necesariamente en ese orden). Tras más de 3 minutos dando manotazos sin ton ni son sobre mi mesilla de noche, y habiendo causado unos daños razonables, consigo localizar mi dispositivo de corrección visual diseñado y fabricado especialmente para mí por el reputado Doctor A. Afflelou, el cual consigo fijar a mi cara con la ayuda de mi apéndice nasal y de esas orejas que dios me ha dado.
Ahora estoy listo para comenzar la inspección visual en busca del origen del olorcillo en cuestión, el cual –por si alguien lo dudaba- doy fe de que no ha salido de mi "asshole". Busco por el techo, por las paredes, detrás de la puerta, debajo de la cama y detrás de las cortinas. Nada. El caso es que ya me he acostumbrado al olorcillo, pero como soy un tipo insistente y tenaz, prolongo la búsqueda –sin éxito, claro- durante más de 30 segundos tras lo cual desisto y decido volver a dormirme a cuyo fin me recuesto de nuevo en mi lecho y me giro hacia un lado con la firme intención de adoptar la posición fetal que tan bien me ha funcionado siempre en la cama (y no sólo para dormir). Al girarme doy un respingo. Algo me ha rozado. Miro acojonado qué es ese algo y descubro el famoso cadáver que os anunciaba el principio. Eso me tranquiliza porque mis profundos conocimientos de medicina me dicen que un cadáver es, a priori, inofensivo.
Movido por el morbo, me dispongo a inspeccionar el cuerpo cuando, para mi sorpresa, compruebo que el cadáver… ¡soy yo mismo! Imaginaos cuál no sería mi sobresalto que hasta mi inalterable erección nocturna se vino abajo de golpe. Me froto los ojos, incrédulo, y vuelvo a mirar. Se confirma el diagnóstico: soy yo. Está clarísimo. La belleza de ese joven rostro, los desmesurados bíceps, el gesto inteligente, ese contraste entre la perfecta proporcionalidad de la musculatura y la envidiable desproporción del pene, esa elegante alopecia, esa madurez inesperada en un jovencito de tan sólo 30 añitos… Sólo podía tratarse de mí. Me palpo a mí mismo (por una vez sin afán onanista), me miro en el espejo y compruebo con alivio que sigo aquí, que no estoy muerto… aunque tengo una cana nueva y una arruga sospechosa que corrompen mi inmaculado rostro. Pero ¿cómo puedo estar vivito y coleando (literalmente) delante del espejo y a la vez más muerto que Chanquete sobre mi flamante cama de agua? Aunque la ubicuidad es una mis cualidades más admiradas, no la he perfeccionado hasta ese punto... Algo no me cuadra.
Vuelvo nuevamente hacia el cadáver y descubro que tiene un carné de identidad en el pecho. Lo miro: "Antípodo. 30 años". No hay duda, es mi carné. Voy a guardarlo en mi cartera y descubro que en ella tengo otro carné de identidad: "Antípodo. 31 años". No puede ser. Esto empieza a resultar siniestro ¿Qué está pasando? ¿Qué me está pasando? ¿Dónde hay un teléfono? Necesito un teléfono para llamar a la policía, a los bomberos, al diario de Patricia o a quien coño se llame en estos casos. Salgo corriendo de mi habitación y…
¡¡¡SORPRESA!!!
Me topo de golpe y porrazo con mis 31 millones de amigos, quienes, mientras (ad)miran boquiabiertos mi cuerpo desnudo (la erección ha regresado justo a tiempo), portan una enorme pancarta con el lema “¡Feliz cumpleaños, Antípodo! ¡Bienvenido a los 31!”.
Sobre las 00.01h de la madrugada del 3 al 4 de octubre del año 2010 ha empezado a oler mal en mi cuarto. Yo estaba dormido como un bendito, pero como soy un tipo muy sensible, lo noté. En total: que el hedor me despierta, claro. Abro entonces los ojos, como haría cualquier ser humano o no humano cuando se despierta. Sin embargo, la oscuridad resulta impenetrable para mis 7 dioptrías, ante lo cual decido quitarme la única prenda que llevo encima: un antifaz rosa cuyo contraste con el tono bronceado de mi cutis resalta mi atractivo hasta hacerme (casi) irresistible. A pesar de que mi desnudez es ahora total, enciendo la luz sin sentir ningún apuro o pudor puesto que sé que nadie hay en la estancia que pueda tratar de aprovecharse del repentino torrente de claridad para admirar mi musculatura y/o mi miembro viril (no necesariamente en ese orden). Tras más de 3 minutos dando manotazos sin ton ni son sobre mi mesilla de noche, y habiendo causado unos daños razonables, consigo localizar mi dispositivo de corrección visual diseñado y fabricado especialmente para mí por el reputado Doctor A. Afflelou, el cual consigo fijar a mi cara con la ayuda de mi apéndice nasal y de esas orejas que dios me ha dado.
Ahora estoy listo para comenzar la inspección visual en busca del origen del olorcillo en cuestión, el cual –por si alguien lo dudaba- doy fe de que no ha salido de mi "asshole". Busco por el techo, por las paredes, detrás de la puerta, debajo de la cama y detrás de las cortinas. Nada. El caso es que ya me he acostumbrado al olorcillo, pero como soy un tipo insistente y tenaz, prolongo la búsqueda –sin éxito, claro- durante más de 30 segundos tras lo cual desisto y decido volver a dormirme a cuyo fin me recuesto de nuevo en mi lecho y me giro hacia un lado con la firme intención de adoptar la posición fetal que tan bien me ha funcionado siempre en la cama (y no sólo para dormir). Al girarme doy un respingo. Algo me ha rozado. Miro acojonado qué es ese algo y descubro el famoso cadáver que os anunciaba el principio. Eso me tranquiliza porque mis profundos conocimientos de medicina me dicen que un cadáver es, a priori, inofensivo.
Movido por el morbo, me dispongo a inspeccionar el cuerpo cuando, para mi sorpresa, compruebo que el cadáver… ¡soy yo mismo! Imaginaos cuál no sería mi sobresalto que hasta mi inalterable erección nocturna se vino abajo de golpe. Me froto los ojos, incrédulo, y vuelvo a mirar. Se confirma el diagnóstico: soy yo. Está clarísimo. La belleza de ese joven rostro, los desmesurados bíceps, el gesto inteligente, ese contraste entre la perfecta proporcionalidad de la musculatura y la envidiable desproporción del pene, esa elegante alopecia, esa madurez inesperada en un jovencito de tan sólo 30 añitos… Sólo podía tratarse de mí. Me palpo a mí mismo (por una vez sin afán onanista), me miro en el espejo y compruebo con alivio que sigo aquí, que no estoy muerto… aunque tengo una cana nueva y una arruga sospechosa que corrompen mi inmaculado rostro. Pero ¿cómo puedo estar vivito y coleando (literalmente) delante del espejo y a la vez más muerto que Chanquete sobre mi flamante cama de agua? Aunque la ubicuidad es una mis cualidades más admiradas, no la he perfeccionado hasta ese punto... Algo no me cuadra.
Vuelvo nuevamente hacia el cadáver y descubro que tiene un carné de identidad en el pecho. Lo miro: "Antípodo. 30 años". No hay duda, es mi carné. Voy a guardarlo en mi cartera y descubro que en ella tengo otro carné de identidad: "Antípodo. 31 años". No puede ser. Esto empieza a resultar siniestro ¿Qué está pasando? ¿Qué me está pasando? ¿Dónde hay un teléfono? Necesito un teléfono para llamar a la policía, a los bomberos, al diario de Patricia o a quien coño se llame en estos casos. Salgo corriendo de mi habitación y…
¡¡¡SORPRESA!!!
Me topo de golpe y porrazo con mis 31 millones de amigos, quienes, mientras (ad)miran boquiabiertos mi cuerpo desnudo (la erección ha regresado justo a tiempo), portan una enorme pancarta con el lema “¡Feliz cumpleaños, Antípodo! ¡Bienvenido a los 31!”.
Entonces lo entendí todo:
El Antípodo de 30 años había muetor.
El Nuevo Antípodo de 31 años acababa de nacer.
Y así, amigüitos, fue como vuestro respetadísimo Antípodo vivió el traumático paso de los 30 a los 31 años.
¡¡¡MUCHAS FELICIDADES!!!
He dicho!
¡¡¡MUCHAS FELICIDADES!!!
He dicho!

