Hay que saludase!

viernes, abril 18, 2008

Autorrobo sin violencia

Me gusta inventar cosas. Este blog, sin ir más lejos, no es más que un simple y perfecto, producto de mi imaginación. Mi imaginación a veces me juega malas pasadas. Y no es la primera vez. Recuerdo cuando en el colegio me quitaba a mí mismo el dinero que mis padres me daban para comprarme una palmera (de chocolate, que las otras no me gustan nada). Yo abusaba. Y yo lloraba precisamente por yo abusaba… de mí. Pero era pequeño y sin maldad. Así que no pasaba nada, no me sentaba mal. Cosas de críos, que dirían los críos.

Pero el caso es que, por aquel entonces, el que me robase mi propio dinero para mí era un mundo. Para acabar con aquella farsa, mis padres decidieron darme, en vez del dinero, una tarjeta de débito y un dispositivo telefónico portátil de manera que, en lugar de robarme la calderilla, me robase la tarjeta y entonces yo pudiese llamar ipso facto desde mi dispositivo telefónico portátil y sin importar dónde estuviese para anular la tarjeta, dejándome con un palmo de narices y con mis planes de adquisición de palmera (chocolatera) frustrados en grado sumo. Eran tiempos felices. Salvo para mí, claro. Yo lo pasaba mal. O, mejor dicho, lo pasaba requetebien. Siempre ha sido así: mi mal era mi requetebién y, del mismo modo, mi requetebién era mi mal. Todo estaba mezclado. Yo me robaba mi propio dinero. Yo me denunciaba a mí mismo por autorrobo de tarjeta. Y al final acababa en el cuartelillo, entregándole (en mi faceta de ladronzuelo autorrobador) la tarjeta a la pasma para que ésta, inmediatamente después, me la entregase a mí mismo (en mi faceta de victimilla autorrobada). Lo más gracioso era la naturalidad con que la pasma trataba mi doble personalidad.

Vamos, que mi vida era un “yo me lo guiso y yo me lo como”, como diría aquél. Y yo era consciente de ello. Sin embargo los años pasan. Nunca en balde. Siempre a mejor. Como los toreros. Como los buenos vinos. Que cuanto más tiempo pasa, más viejos son.

La historia de mi vida, amigos, se resume básicamente en eso: quitarme el dinero a mí mismo.

He dicho!