Hay que saludase!

martes, marzo 04, 2008

¡Introspecteeeeeeeer!

Hoy me he levantado al revés. Quiero decir, que cuando me he levantado estaba dado la vuelta. O “inside-out”, que dirían los ingleses o los no-ingleses que quisieran decirlo en inglés. Me di cuenta inmediatamente cuando me miré en el espejo y vi que tenía los ojos mirando hacia el interior de mi cuerpo humano. Reconozco que, al principio, la sensación me resultó bastante desagradable. Sobre todo porque dentro de mi cuerpo está todo bastante oscuro y porque me sentía un poco como un chaleco reversible, un producto (los chalecos en general y los reversibles en particular) que nunca ha sido santo de mi devoción (esta expresión me gusta a mí muchísimo). Pero al cabo de un rato, empecé a pensar que eso de mirar hacia dentro no estaba tan mal y que me daba un toque introspectivo que probablemente resultase irresistible para las gachises.

Otra de las cosas que uno siente cuando está del revés es frío, algo que, si lo piensas, es bastante normal teniendo en cuenta que, por primera vez en mi vida (al menos que yo recuerde), tenía la dermis hacia afuera y expuesta a las inclemencias del cambio climático y del mundo exterior que rodea mi cuerpo humano.

Otro problema es que yo tengo barba. Por regla general, me gusta la barba porque me confiere un aspecto venerable, maduro, interesante, atractivo. Pero, ¡ah amigo!, cuando uno está del revés todas las ventajas de la barba se tornan inconvenientes. Hay quien dice que la barba es incómoda porque pica. ¡Ja! ¡Me río yo de ese picor! ¡JA! A esa gentuza que se queja del picor de la barba les diría yo que probasen a dejarse barba estando del revés y que luego viniesen a contarme que la barba por fuera pica. ¡Lo mío sí que es picor! En total, que la barba por dentro me molestaba. Me molestaba de cojones. Y como me molestaba de cojones, decidí tirar por la calle del medio y afeitarme a la vieja usanza: a cuchillo (que no cuchilla) y sin espuma. Organicé una sangría importante, claro. Y es que llegar con el cuchillo hasta la barba cuando la barba está por dentro no resulta nada fácil, oiga. Doy fe. Además, cuanto mayor era la carnicería, mayor era el tembleque de mi pulso a causa del dolor, con lo que (1) se resentía la precisión de mis movimientos y (2) aumentaba exponencialmente el daño infligido a mi cuerpo (por dentro). Pero he de decir que el resultado final fue un afeitado perfecto y, desde entonces, puedo presumir de tener la parte de dentro de mis dos mofletes como el culito de un bebé.

En un momento dado, me entró la urgente necesidad de saber si mi pene, mi queridísimo órgano reproductor, esa gigantesca varilla del placer, había decidido meterse también hacia dentro convirtiéndose en algún tipo de micropene-vaginal o engendro similar. Miré hacia abajo (por dentro) y suspiré aliviado al comprobar que la parte más importante de mi cuerpo seguía en su sitio: ahí estaba él (el pijo), erguido y poderoso (no en vano, yo estaba recién levantado)… y hacia fuera. “Sí, señor, eso no hay quien lo meta pa'dentro”, pensé para mis adentros (literalmente).

Una vez solucionados todos estos problemas, me explayé en lo que es la labor de introspección en sí, zambulléndome, buceando en mi interior. Descubrí entonces que mi interior está repleto de pensamientos y neuronas, algo que apenas produjo un mínimo conato de sorpresa en mí, dado que yo siempre he sido muy listo y he pensado mucho. Las neuronas se reconocen fácilmente porque son como el viejo de “Érase una vez el cuerpo humano” pero con el pelo chiporroteante (o lleno de chispas, como prefiráis). Vamos, que los de “Érase una vez el cuerpo humano” nos engañaron como a chinos: el viejo ese no era el jefe de todo el cuerpo humano como querían hacernos creer sino que era simplemente una de las 2 neuronas que hay en nuestro cuerpo.

Los pensamientos, por su parte, no se ven, pero se oyen. Sólo hay que escucharlos atentamente. Se los reconoce por el ruido que hacen, que es muy parecido al que hace un SuperAguri, en el Gran Premio de Mónaco, en plan “Yyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyiouuuunnnnnnn”. Después de ese ruido, el pensamiento se apaga para siempre emitiendo un sollozo que hace un ruido muy parecido al que hace un SuperAguri en Mónaco, en plan “Yyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyiouuuunnnnnnn”.

Después de un rato escuchando embobado mis pensamientos, me entró hambre. Y ahí fue cuando me di cuenta de otro de los problemas de estar “inside-out”: no puedes comer; la comida se te cae inevitablemente al suelo. Efectivamente, amigos, al estar dado la vuelta, mi boca se había convertido en un agujero de salida en vez de un orificio de entrada, de modo que cada vez que trataba de meterme un bocado, éste (el bocado) salía disparado hacia el suelo en plan vomitona. En total, que al final no conseguí comer nada y se me juntaron el hambre con las ganas de comer.

Harto ya de tantas incomodidades y de tanto sindiós, decidí vestirme y salir a la calle a que me diese el aire por dentro. Y en esto que, justo cuando me disponía a cruzar el marco de la puerta, se me enganchó un trozo de nalga en un clavo que sobresalía de la bisagra de la puerta con tan mala suerte que, al tirar yo con la inercia de mi cuerpo humano, éste (mi cuerpo humano) se dio la vuelta de manera que, cuando salí a la calle, ya había recuperado mi aspecto normal de persona-que-no-está-dada-la-vuelta y nadie se creyó mi experiencia introspectiva en plan inside-out. Pero a mí me da igual que me crean o no, así a partir de ahora, como a alguien se le ocurra pedirme que me dé la vuelta, le calzaré una hostia a discreción por bacilón… advertidos quedáis. ¡HOMBRE YA!

He dicho!