Hay que saludase!

jueves, octubre 04, 2007

Caidita de Roma

- Pero ¿me estás hablando en serio?
- Mira, yo no sé si estaba soñando o qué, pero la cuestión es que me estaba cayendo, pero tenía la sensación de ir hacia arriba.
- ¡No digas tonterías, loco! Caerse hacia arriba sería una locura, una insensatez.
- Pero una locura graciosa. Yo siempre he sido de los que piensan que una locura de vez en cuando no hace daño al más pintado. La rima es mía.
- ¡Pamplinas! ¡Una locura te digo! Y eso por no hablar de lo peligroso que sería. Imagínate: los aviones no podrían volar por miedo a que alguien les cayese del suelo.
- Precisamente eso es lo que más me preocupaba: yo quería disfrutar de mi caída, pero me daba miedo que un avión me atropellase.
- Por cierto, ¿qué hiciste para caerte?
- Pues nada en particular, Un tropezón. Simple y tontorrón. Como la vida misma, vamos. La rima también es mía.
- Eres un poeta.
- Es lo que tiene.
- Oye, y cuando te caes hacia arriba ¿cuándo terminas de caer?
- Pues mira, ésa es una de las cosas más curiosas. ¿Te puedes creer que todavía no he terminado de caer?
- ¡No me digas!
- Sí te digo, sí.
- Pues la verdad es que yo te veo como siempre.
- Eso es porque ahora estoy tomándome un descanso. Es que no te imaginas lo cansino que es lo de caer hacia arriba.
- Ya me imagino, ya
- Y lo peor de todo es que te quita muchísimo tiempo. Con decirte que durante los primeros 6 meses apenas vi a mis hijos.
- Ah, ¿pero tú tienes hijos?
- No. Pero lo mismo da. Para el caso es como si los tuviera. ¡Total, para lo que los iba a ver!
- También es verdad.
- Total, que ya harto de dedicarme únicamente a caer y caer, decidí tomarme algún descanso. Primero eran descansos cortos. De 5 minutitos o así. Pero luego, cuando vi que tampoco pasaba nada y que nadie me decía nada, me los fui tomando más largos.
- ¿Y qué haces durante los descansos?
- Pues, sobre todo, aprovecho para desayunar. Muchas veces. Es que me he hecho amigo de unos funcionarios y quedo con ellos a desayunar a las 10, a las 11 y a las 12. A partir de las 12 ya nos pasamos al aperitivo, que eso nos gusta muchísimo. Y por la tarde, después de comer, siempre nos apretamos una buena merienda bien abundante que es casi como una merienda-cena. Y así todos los días. Bueno, todos los días no. Los fines de semana no puedo quedar con ellos porque el representante sindical se lo tiene prohibidísimo. Dice que si quedan a desayunar o a tomar el aperitivo durante el fin de semana, eso sería como hacer horas extras, y las horas extras son un símbolo inaceptable de la explotación del capital sobre el proletariado.
- Joder con el representante sindical.
- Ya te digo. Y lo peor es que luego dice que a él a facha no le gana nadie.
- Allá él.
- Eso digo yo.
- Pues, ahora que te miro, te diré que te veo más gordo que antes.
- Es lo que tiene el caer tanto. ¡Pues no te acabo de decir que desayuno unas 4 veces al día y, a partir de ahí, el resto del día lo dedico básicamente a comer y comer como si fuese un vulgar funcionario! Y ya va para 5 años que llevo así, con este ritmo.
- Claro, así es imposible no engordar.
- Y tú qué lo digas. Y lo peor de todo es que, como entre tanto caer y tanto descanso no tengo tiempo de comprarme ropa nueva, pues resulta que todos los calzoncillos me aprietan y me dejan la marca de la gomita en la cintura que queda muy antiestético. Y yo soy un vanidoso. Así que ahora estoy pensando en dedicarle un poco más de tiempo a lo del caer, que lo tengo un poco abandonado, a ver si así adelgazo.
- A ver si hay suerte y lo logras, porque la verdad que estás gorrrrrrrdo como un tonelete.
- Y tú eres más simpático que una patada en los cojones.
- No te piques, gordo.
- Bueno, paso de ti. Me piro que he quedado para redesayunar.
- Vale. Y ten cuidado, no te vayas a caer, que cuando empiezas no paras.
- Muy gracioso.
- Lo sé.