AYUDAR A UN EXTRAÑO
- Señor, ¿le importaría acercarse un momento? Necesito su ayuda.
- ¿Qué quiere?
- Necesito su ayuda.
- Eso ya me lo ha dicho.
- Ah, perdón. Pensé que no me había escuchado bien. Como se me ha acercado...
- Me he acercado porque usted me lo ha pedido.
- Es verdad, ¡qué tonto! (autogolpeo en la frente). ¿En qué puedo ayudarle?
- Querrá decir que en qué puedo ayudarle yo.
- ¿Qué?
- ¿Que qué necesita?
- Yo nada. ¿Le importaría apartarse un poco? Me está agobiando.
- Claro, no faltaba más.
- Veo que cojea al andar. ¿Es que acaso padece algún tipo de alergia?
- No cojeo. Es el suelo, que está más hondo cuando piso con la derecha. ¿Pero qué tiene que ver la cojera con la alergia?
- Uy, muchísimo. Fíjese que yo nunca he sido alérgico a nada y nunca he cojeado. No soy médico, pero algo tendrá que ver, digo yo.
- Veo su punto, pero no me convence. Yo soy más de cojear independientemente de las alergias.
- Ah, pero ¿cojea usted? No me había dado cuenta.
- No, no cojeo. Era sólo una forma de hablar.
- ¿Habla usted cojeando?
- Sí.
- Acérquese más, que no le oigo. Es que tengo una alergia terrible en las orejas. Me trae por la calle de la amargura, oiga, si me permite la expresión.
- Pensé que nunca había tenido alergia.
- ¿Y por qué pensó eso? ¿Acaso suele pensar usted en mí?
- Pues porque me lo acaba de decir usted mismo. Y que sepa que yo no pienso en usted sino en sus alergias. Y sólo a veces.
- De acuerdo. ¿Tiene hora?
- Sí.
- Bueno es saberlo. Si alguna vez necesito saber la hora se la preguntaré a usted.
- Y yo estaré encantado dársela.
- ¿Darme el qué?
- Pues qué va a ser, la hora.
- Oiga, no le escucho nada bien. ¿Podría alejarse un poco y hablar más alto?
- ¿Más alto de altura o de tono de voz?
- Con el tono de voz basta, pero si quiere también ponerse más alto, haga lo que quiera. Eso sí, siempre que no supere el umbral.
- ¿Qué umbral?
- Pues ¿cuál va a ser? El umbral…¡el umbral! ¿Acaso conoce más de un umbral?
- La verdad es que no.
- Pues eso. Por cierto, le veo a usted más alto...
- Es que me he subido aquí para poder hablarle más alto. ¿Le parece mal?
- No, no, me parece estupendo... es sólo que me da un poco de envidia.
- ¿Envidia por qué?
- Pues no sé. Porque le veo a usted como henchido de gozo.
- No sé por qué dice usted eso. No es verdad.
- No hace falta que grite. Ande, bájese de ahí y hable más bajo que me va a volver loco.
- ¡Loco lo será usted, caballero!
- ¿Quién es más loco: el loco o el que sigue al loco?
- ¿Es un acertijo? Espere, espere, no me lo diga, que creo que ése me lo sé...
- No es un acertijo, loco. Es una forma de hablar. Una especie de frase hecha.
- ¿Hecha por quién?
- Ahora mismo por mí. Aunque creo que la frase original la inventó un suizo.
- ¡Es cierto! Creo que llegué a conocerlo. Se llamaba Sam o Estruggle o algo así, ¿verdad?
- No lo sé. La verdad es que me estaba tirando un farol con lo del suizo...
- No me diga más, y yo he picado como un tonto, ¿no? ¡Ja, ja, ja!
- ¡Más que como un tonto, yo diría que como un suizo! ¡Ja, ja, ja!
- ¡Coño! ¿Se ha dado cuenta de que tenemos exactamente la misma risa?
- No, no me había dado cuenta. Pero no es de extrañar. A mí eso me pasa con muchísima gente.
- Pues qué curioso.
- Oiga, me va usted a disculpar, pero tengo mucha prisa y he de irme.
- Ningún problema, amigo.
- Hasta otra entonces.
- Eso, eso, adiós.
- ¿Podría hacerme un favor antes de irse?
- ¿Qué?
- Que si podría hacerme un último favor.
- Ya le he oido. Digo que qué favor.
- ¿Podría decirle a aquella persona de allí que se acerque, que necesito su ayuda?
…supongo que ya os imagináis como sigue el resto.

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