Hay que saludase!

viernes, junio 08, 2007

AYUDAR A UN EXTRAÑO

- Señor, ¿le importaría acercarse un momento? Necesito su ayuda.

- ¿Qué quiere?

- Necesito su ayuda.

- Eso ya me lo ha dicho.

- Ah, perdón. Pensé que no me había escuchado bien. Como se me ha acercado...

- Me he acercado porque usted me lo ha pedido.

- Es verdad, ¡qué tonto! (autogolpeo en la frente). ¿En qué puedo ayudarle?

- Querrá decir que en qué puedo ayudarle yo.

- ¿Qué?

- ¿Que qué necesita?

- Yo nada. ¿Le importaría apartarse un poco? Me está agobiando.

- Claro, no faltaba más.

- Veo que cojea al andar. ¿Es que acaso padece algún tipo de alergia?

- No cojeo. Es el suelo, que está más hondo cuando piso con la derecha. ¿Pero qué tiene que ver la cojera con la alergia?

- Uy, muchísimo. Fíjese que yo nunca he sido alérgico a nada y nunca he cojeado. No soy médico, pero algo tendrá que ver, digo yo.

- Veo su punto, pero no me convence. Yo soy más de cojear independientemente de las alergias.

- Ah, pero ¿cojea usted? No me había dado cuenta.

- No, no cojeo. Era sólo una forma de hablar.

- ¿Habla usted cojeando?

- Sí.

- Acérquese más, que no le oigo. Es que tengo una alergia terrible en las orejas. Me trae por la calle de la amargura, oiga, si me permite la expresión.

- Pensé que nunca había tenido alergia.

- ¿Y por qué pensó eso? ¿Acaso suele pensar usted en mí?

- Pues porque me lo acaba de decir usted mismo. Y que sepa que yo no pienso en usted sino en sus alergias. Y sólo a veces.

- De acuerdo. ¿Tiene hora?

- Sí.

- Bueno es saberlo. Si alguna vez necesito saber la hora se la preguntaré a usted.

- Y yo estaré encantado dársela.

- ¿Darme el qué?

- Pues qué va a ser, la hora.

- Oiga, no le escucho nada bien. ¿Podría alejarse un poco y hablar más alto?

- ¿Más alto de altura o de tono de voz?

- Con el tono de voz basta, pero si quiere también ponerse más alto, haga lo que quiera. Eso sí, siempre que no supere el umbral.

- ¿Qué umbral?

- Pues ¿cuál va a ser? El umbral…¡el umbral! ¿Acaso conoce más de un umbral?

- La verdad es que no.

- Pues eso. Por cierto, le veo a usted más alto...

- Es que me he subido aquí para poder hablarle más alto. ¿Le parece mal?

- No, no, me parece estupendo... es sólo que me da un poco de envidia.

- ¿Envidia por qué?

- Pues no sé. Porque le veo a usted como henchido de gozo.

- No sé por qué dice usted eso. No es verdad.

- No hace falta que grite. Ande, bájese de ahí y hable más bajo que me va a volver loco.

- ¡Loco lo será usted, caballero!

- ¿Quién es más loco: el loco o el que sigue al loco?

- ¿Es un acertijo? Espere, espere, no me lo diga, que creo que ése me lo sé...

- No es un acertijo, loco. Es una forma de hablar. Una especie de frase hecha.

- ¿Hecha por quién?

- Ahora mismo por mí. Aunque creo que la frase original la inventó un suizo.

- ¡Es cierto! Creo que llegué a conocerlo. Se llamaba Sam o Estruggle o algo así, ¿verdad?

- No lo sé. La verdad es que me estaba tirando un farol con lo del suizo...

- No me diga más, y yo he picado como un tonto, ¿no? ¡Ja, ja, ja!

- ¡Más que como un tonto, yo diría que como un suizo! ¡Ja, ja, ja!

- ¡Coño! ¿Se ha dado cuenta de que tenemos exactamente la misma risa?

- No, no me había dado cuenta. Pero no es de extrañar. A mí eso me pasa con muchísima gente.

- Pues qué curioso.

- Oiga, me va usted a disculpar, pero tengo mucha prisa y he de irme.

- Ningún problema, amigo.

- Hasta otra entonces.

- Eso, eso, adiós.

- ¿Podría hacerme un favor antes de irse?

- ¿Qué?

- Que si podría hacerme un último favor.

- Ya le he oido. Digo que qué favor.

- ¿Podría decirle a aquella persona de allí que se acerque, que necesito su ayuda?

…supongo que ya os imagináis como sigue el resto.