TEMPUS, TEMPORIS
Hace un tiempo se me ocurrió un negocio. Se trataba de vender tiempo. Para ello, construí una máquina del tiempo que, a diferencia de las máquinas de las películas, no servía para viajar en el tiempo sino para fabricarlo. No hacía más que oir a todo el mundo quejarse continuamente de que les faltaba el tiempo, así que pensé que la demanda estaría prácticamente asegurada. Y así fue. Al menos al principio. La gente compraba el tiempo que yo fabricaba y conseguía así que sus días durasen 25, 30 o las horas que hiciese falta. Incluso hubo una vez un tipo que compró tanto tiempo que su día duró más de 4 años. Y es que, el único problema que tenía mi máquina es que el tiempo que fabricaba debía gastarse en el mismo día en que se compraba.
Supongo que os preguntaréis cómo podía ser que hubiera personas para las que un mismo día tuviese más horas que para otras o si eso no podría provocar algún tipo de colapso en el espacio-tiempo o algo así. Yo también me hice esas mismas preguntas. Y aún hoy soy incapaz de responderlas. Sin embargo, todo funcionaba.
Fabricaba tiempo de todas clases: tiempo para descansar, tiempo para leer, para irse de vacaciones, tiempo para estudiar, tiempo para ver a los familiares lejanos, tiempo para trabajar... Incluso fabricaba tiempo para no hacer nada. Y sorprendentemente este último era de los que más se vendían.
Sin embargo, pasado un tiempo sucedió algo: la gente que compraba tiempo comenzó a dejar de utilizarlo; así que dejó de comprarlo. Y tanto fue así que en un momento dado decidí regalar el tiempo que con mi máquina fabricaba. Y, sin embargo, la gente seguía sin querer el tiempo que yo les ofrecía. Se dio así la paradoja de gente a la que, aún teniendo a su alcance todo el tiempo que pudiera desear, no le daba tiempo a hacer todo lo que quería.
Se me ocurrió entonces construir otra máquina que, en lugar de fabricarlo, reciclase el tiempo que la gente desperdiciaba. Tampoco funcionó, de modo que me vi obligado a cerrar el negocio y aún hoy mi máquina descansa en el sótano, condenada a ver pasar el tiempo en lugar de fabricarlo. Mientras tanto, fuera, en la calle, a la gente le vuelve a faltar el tiempo. Todo volvía a ser igual que antes.
Concluí entonces que lo que de verdad necesita la gente no es más tiempo, sino precisamente lo contrario: la falta de tiempo. Porque al darle a alguien el tiempo que necesita, el tiempo que reclama, le estás quitando a la vez algo a lo que no está dispuesto a renunciar: una excusa perfecta para no hacer las cosas.
Así que, de ahora en adelante, si escucháis a alguien quejarse por la falta de tiempo, no le hagáis caso. Es mentira.

1 Comments:
dame un minuto para pensarmelo y ya si eso te cuento
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