Cuando salí de Cuba
Lo siento, señores, pero este artículo no tiene relación ninguna ni con Cuba ni con salir ni con su puta madre. El título lo he puesto (1) para despistar y confundir (ambas cosas a la vez); (2) para captar vuestra atención (sobre todo la de Perry); y (3) porque no sabía cómo “entitularlo”.
Así que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que este cura no es mi padre, os voy a contar un sueño que nunca he tenido pero que siempre me habría gustado tener. Sé que todo esto es un lío, pero seguid leyendo, amigos míos, que mola bastante.
Pues bien, en este no-sueño del que quiero hablaros, yo derribaba edificios con la mente y los sustituía con mi sola voluntad por árboles frutales de distinto tipo (ciruelos, avellanos, peros, melocotonos, mandarinos, uvos, sandíos, etc.) con los que construir un mundo verde y ecológico en el que hasta la Abeja Maya y el Señor Topo de Los Simpsons pudieran ser felices. ¡Que no, que es broma! ¡Que mi no-sueño no va de eso! Bueno, un poco sí…
En realidad, el no-sueño trata de un superhéroe (yo) con inquietudes artísticas sobrenaturales pero con una ausencia de talento más sobrenatural aún si cabe. La frustración, obviamente, era mi sino y mi destino. Y este destino, que ahogaba mi alma y acogotaba cualquier lucidez de pensamiento, me hacía débil frente a mi archiodiado enemigo: el Profesor Propopó. El Profesor Propopó, que tiene su origen en el mundo del cómic, además de ser muy feo, tenía un antojo en la frente con la forma de los Cárpatos, como Gorbachov, pero un poco más pequeño (el antojo). Pero era listo, el “condenao” y con sus trucos y pociones, con sus chinches y berrinches, me traía por la calle de la amargura y me hacía mucho de rabiar. Mi amigo Sub, que conoce bien al Profesor, sabe bien de lo que hablo ¿verdad que sí, Sub?
A lo que íbamos. El Profesor Propopó, muy pillo él, siempre quiso acabar conmigo y con mi vida, y no fue con otro propósito que un día se abalanzó sobre mí blandiendo un trozo de criptonita en frente de mis narices. Yo, en tono cansino, le dije: “Pero Profesor, ¿cuántas veces le voy a tener que repetir que NO SOY SUPERMAN?” (supongo que os habéis percatado de que le trataba de usted, pues el archienemigo de cualquier superhéroe que se precie merece el máximo de los respetos). Al pobrecillo Profesor Propopó, aquello le sentó como un tiro. A mí me dio un poco de pena, la verdad. De hecho, yo no suelo ser tan cruel pero es que el Profesor me tenía ya un poco hasta los cojones con todo el rollo de la criptonita, que me lo hacía todos (repito TODOS) los días, sin excepción (repito, SIN EXCEPCIÓN) a las 4.30 a.m., hora local (repito, 4.30 A.M., HORA LOCAL). Y es que el final uno se acaba quemando y, claro, salta. Una de las veces que me hizo lo de la criptonita (que, por cierto, no era criptonita ni ná, sino un Gusiluz del año de la tana) consiguió que me empezase a encontrar mal, mal y me asusté un poco, hasta que me di cuenta de que se trataba sólo de un efecto “placebo psicoprosaico” de esos. ¡Y es que la mente le juega más malas pasadas al cuerpo humano! Ahora me río, pero entonces lo pasé fatal.
La verdad es que al Profesor siempre lo he recordado con cariño. Hemos librado batallas muy, muy bonitas; casi épicas. Yo siempre ganaba, porque, al fin y al cabo, se trataba de mi no-sueño.
Me acuerdo que en una de esas batallas estábamos los dos tirados en el suelo pataleando y tirándonos del pelo como si fuesemos -no me importa reconocerlo- un par de nenazas, cuando llegó un dragón. Como el dragón era milenario (como todos los dragones), ese buen Profesor Propopó, que, la verdad, no sé qué se había tomado, tras zafarse de mí con sorprendente facilidad, se incorporó y empezó a gritar no sé qué de que el milenarismo iba a llegar o algo parecido. No sé, era todo raro, raro, raro, pero me dije que en los no-sueños, al igual que en los sueños, todo es posible. Por eso los sueños (y los no-sueños) son mágicos; si no, no serían no-sueños, ni sueños, ni mágicos, ni nada y molarían mucho menos. Porque este no-sueño mola bastante, ¿verdad? En total, que aquella batalla acabó con una victoria aplastante por mi parte porque Propopó se retiró. Y sobre el dragón sólo recuerdo que, igual que vino se fue, es decir, sin ton ni son, y que ya no lo he vuelto a ver más. No es que le eche de menos, pero me quedé con la intriga de saber qué fue de él... al fin y al cabo, me había ayudado a vencer a mi archienemigo.
Pero la vida de un superhéroe, aunque está bien, no es fácil, porque las responsabilidades pesan y la conciencia aprieta y restrinje tu libre albedrío. Y eso no es del todo bueno. Al menos no siempre.
Yo una vez (esto ya en la realidad, no en el no-sueño) tuve libre albedrío y, lo que es más, lo ejercí. Como no podía ser de otra forma, monté un lío muy gordo. Pepo estaba allí y, como siempre que hay un lío gordo, contribuyó de forma importante. Como los dos íbamos muy drogados, no me acuerdo de casi nada, pero lo que sí recuerdo es que había fuego, contenedores y otras cosas relacionadas con el vandalismo urbano (que no rural).
Como véis, la realidad siempre supera a la ficción, los no-sueños a los sueños y los sueños a la realidad. ¿Capito?
Y así, amigos míos, es como vuestro querido Antípodo salió de Cuba.
He dicho!

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